Enrique Pichon-Rivière pasó tida su vida penetrando los misterios de la tristeza humana y ayudando a abrir las jaulas de la incomunicación.
En el fútbol encontró un aliado eficaz. Allá por los años cuarenta, Pichon-Rivière organizó un equipo de fútbol con sus pacientes del manicomio. Los locos, imbatibles en las canchas del litoral argentino, practicaban, jugando, la mejor terapia de socialización.
- La estrategia del equipo de fútbol es mi tarea prioritaria - decía el psiquiatra, que también era entrenador y goleador del cuadro.
Medio siglo después, los seres urbanos estamos todos más o menos locos, aunque casi todos vivimos, por razones de espacio, fuera del manicomio. Desalojados por los automóviles, arrinconados por la violencia, condenados al desvínculo, estamos cada vez más apilados y cada vez más solos y tenemos cada vez menos espacios de encuentro y menos tiempo para encontrarnos.
En el fútbol, como en todo lo demás, son mucho más numerosos los consumidores que los creadores. El cemento ha cubierto los campos baldíos donde cualquiera podía armar un picadito de fútbol en cualquier momento, y el trabajo ha devorado el tiempo de juego. La mayoría de la gente no juega sino que ve jugar a otros, desde el televisor o la tribuna cada vez más alejada de la cancha. El fútbol se ha convertido, como el carnaval, en espectáculo para masas. Pero así como en el carnaval hay quienes se lanzan a bailar a la calle además de contemplar a los artistas que bailan y cantan, también en el fútbol ni faltan los espectadores que de vez en cuando se hacen protagonistas, por la pura alegría, además de mirar y admirar a los jugadores profesionales. Y no sólo los niños: mal que bien, por lejos que estén las canchas posibles, los amigos del barrio y los compañeros de la fábrica, la oficina o la facultad se las arreglan todavía para divertirse con la pelota hasta que caen agotados, y entonces vencedores y vencidos beben juntos, y fuman, y comparten una buena comilona, esos placeres que el deportista profesional tiene prohibidos.
A veces, también las mujeres participan, y meten sus propios goles, aunque en general la tradición machista las mantiene exiliadas de estas fiestas de la comunicación.
Tomado de El fútbol a sol y sombra de Eduardo Galeano